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Centroderecha y radicalismo

Centroderecha y radicalismo

La llegada de Javier Milei a la presidencia argentina sorprendió a muchos analistas, como si hubiera aparecido de la nada. Sin embargo, la realidad es más compleja: el sistema político argentino ya mostraba señales de agotamiento y había comenzado a normalizar discursos, políticas y candidatos más estridentes mucho antes de que La Libertad Avanza irrumpiera en escena entre el 2021 y su éxito presidencial en 2023. La pregunta que surge es inquietante: ¿acaso las fuerzas de centroderecha no solo fracasaron en construir un “cordón sanitario” para contener este avance, sino que además le allanaron el camino?

Lo que está ocurriendo en Argentina no es un caso aislado. Asistimos a un fenómeno global donde movimientos que antes eran marginales ahora ocupan el centro del debate político, en América Latina y en el mundo. Lo más llamativo es que, en muchos casos, las fuerzas políticas tradicionales de centroderecha han jugado un papel clave en legitimar a estos nuevos actores. Para entender cómo sucede esto, podemos identificar tres mecanismos principales que operan como puentes entre la derecha convencional y la radical.

 

Primer puente: las palabras que normalizan lo extremo

El lenguaje político no es inocente. Cuando los partidos tradicionales comienzan a usar términos como "invasión" para referirse a la inmigración, o adoptan marcos interpretativos que antes eran patrimonio exclusivo de grupos extremistas, están ampliando lo que se considera aceptable en el debate público. En Estados Unidos, el Partido Republicano pasó de proponer reformas migratorias comprensivas en el 2001 con Bush a hablar de "invasiones" y "reemplazos demográficos" hacia el 2016 con Trump.

En el Reino Unido, los conservadores adoptaron un discurso nacionalista sobre la soberanía que fue clave para el Brexit. En Francia, Les Republicains terminaron compitiendo con el Frente Nacional usando marcos discursivos más duros sobre inmigración y seguridad. Este proceso de normalización discursiva es como mover lentamente los límites de lo que se puede decir. Lo que ayer era impensable, hoy se vuelve debatible, y mañana puede convertirse en política oficial.

 

Segundo puente: políticas públicas que preparan el terreno

No se trata solo de palabras. Los gobiernos de centroderecha han implementado políticas concretas que posteriormente fueron profundizadas por fuerzas más radicales. Las medidas de austeridad, el endurecimiento de controles migratorios, la expansión de poderes de seguridad del Estado y las políticas que debilitan contrapesos institucionales han creado precedentes que luego son llevados al extremo.

En Europa, después del 11 de septiembre, países como Reino Unido, Francia e Italia expandieron significativamente los poderes del Estado en materia de vigilancia. En Suecia y Noruega, gobiernos de centroderecha implementaron políticas de "dispersión" de refugiados y facilitaron deportaciones que antes eran impensables; o inclusive, como en Dinamarca, empujados por la retórica radical de Partido Popular Danés establecieron una “Ley de Guetos” para los extranjeros. El patrón es claro: medidas que inicialmente proponen partidos de derecha radical terminan siendo adoptadas e implementadas por gobiernos de centroderecha, legitimándolas en el proceso.

 

Tercer puente: alianzas electorales y de gobierno que legitiman

La convergencia táctica es quizás el mecanismo más directo. Cuando partidos de centroderecha forman alianzas electorales con fuerzas radicales, las están legitimando como actores políticos válidos. Un ejemplo paradigmático es el de Austria y la formación de coaliciones entre el Partido Popular y el Partido de la Libertad, o el de Italia, con las alianzas Berlusconi-Salvini, e inclusive en España, con los entendimientos entre PP y Vox en la disputa por formar gobiernos autonómicos. Estas alianzas no son meros cálculos electorales. Implican reconocer a las fuerzas radicales como socios aceptables, lo que les otorga visibilidad, legitimidad y acceso a posiciones de poder desde donde pueden normalizar aún más sus propuestas.

En este contexto, los puentes discursivos, de políticas públicas y electorales o de gobierno entre la derecha convencional y radical en América Latina tiene algunas particularidades que intensifican el fenómeno, a saber: la región tiene una tradición populista transversal, instituciones más débiles, mayor polarización socioeconómica y una crisis profunda de los partidos tradicionales. Además, temas como la nostalgia autoritaria, el conservadurismo religioso, el anti-feminismo y el renovado anti-comunismo “castro-chavista” operan como puentes especialmente efectivos entre centroderecha y derecha radical.

Si tomamos algunos ejemplos paradigmáticos, en Brasil el PSDB y partidos aliados debilitaron las instituciones democráticas hacia el 2015 y promovieron la securitización del debate, creando el caldo de cultivo para el arribo de Bolsonaro en el 2018. En Chile, Sebastián Piñera adoptó un lenguaje de guerra frente a la protesta social en el 2019 que habilitó el ascenso del Partido Republicano (de derecha radical) de Kast. En El Salvador, ARENA (partido de derecha tradicional que gobernó durante dos décadas tras la guerra civil) promovió una retórica de guerra contra las pandillas que allanó el camino para Nayib Bukele.

Ahora bien, a la luz de este recorrido, es posible señalar que en Argentina, el PRO de Mauricio Macri se presentó históricamente como la renovación "post-ideológica" de la centroderecha. Sin embargo, su gobierno (2015-2019) implementó políticas de ajuste estructural y transformaciones discursivas que prepararon el terreno para posiciones más radicales. La fragmentación de Juntos por el Cambio (coalición opositora de centroderecha que incluyó al PRO y a la UCR, entre otros partidos) y las decisiones estratégicas adoptadas frente al fenómeno Milei muestran cómo sectores de la derecha convencional han optado por la cooptación y convergencia antes que por la confrontación. El contraste entre el estilo empresarial del PRO y el perfil radicalizado de La Libertad Avanza permite ver cómo operan estos mecanismos de legitimación en tiempo real.

Es decir, la llegada de Milei al poder no fue un accidente ni una sorpresa total. Fue el resultado de un proceso gradual donde la centroderecha argentina, siguiendo patrones globales, contribuyó a normalizar discursos y políticas que antes eran impensables, allanando incluso el entendimiento electoral —evidente en la segunda vuelta presidencial en 2023, en la que Milei obtuvo el apoyo explícito del expresidente Macri— y gubernamental, siendo baluartes férreos del contingente legislativo del oficialismo libertario.

Hacer evidentes estos mecanismos es fundamental para comprender las transformaciones políticas actuales y sus implicaciones para la estabilidad democrática. La pregunta que queda planteada es si este proceso puede revertirse o si, por el contrario, estamos asistiendo a una reconfiguración permanente del espectro político, donde las fronteras entre derecha convencional y radical se vuelven cada vez más difusas, generando una nueva fórmula política en términos de Torcuato Di Tella. Empero, claramente la respuesta o el próximo equilibrio inestable tendrá consecuencias que trascienden las fronteras argentinas y se proyectan sobre el futuro de la democracia liberal en toda la región, e inclusive el escenario global. La llegada de un horizonte promisorio es una espera que desespera, ya que esperanza parece bloqueada por un ciclo de radicalización, regresión institucional y descomposición de lo público. 



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Juan Bautista Lucca

Doctor en Ciencias Sociales por FLACSO (Argentina). Profesor Titular de Elecciones y Partidos Políticos en la Universidad Nacional de Rosario (UNR), Investigador Independiente del CONICET e investigador del Centro de Estudios Comparados (CEC) de la UNR. Integra diversos proyectos de investigación sobre Política y Metodología Latinoamericana Comparada. Autor de más de 20 capítulos de libros y más de 30 artículos científicos sobre metodología y política comparada en América Latina, entre otras temáticas afines. Investigador del Observatorio de Reformas Políticas en América Latina (IIJ-UNAM y OEA).  


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