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Mujeres

Me emocionaron las fotos que mi hija Gloria compartió desde las avenidas y calles por las que ríos de mujeres caminaron hacia el Zócalo capitalino el día de ayer, 8 de marzo. Decenas de miles, cientos de miles, marcharon unidas por reclamos y demandas que las identifican, más allá de sus diferencias de edad o condición social. Mujeres que se visten con una prenda de color morado, o colocan una pañoleta verde en torno al cuello. Mujeres que alegres cantan y corean estribillos y consignas. También mujeres tristes, que marchan porque tienen un familiar o amigo, amiga, desaparecido, o asesinado.

Mujeres ajenas a partidos políticos, indiferentes a las señales ideológicas tradicionales. Supongo que su conexión con eso que llamamos “política” se da por vías y con formas nuevas, desconocidas para quienes, como yo, somos gente de mediados del siglo pasado.

Veo que esos cientos de miles de las mujeres que ayer aplanaron el pavimento y los adoquines en las calles y plazas de decenas de ciudades de México no tienen aprecio ni respeto por la política y los políticos, incluyo en el menosprecio a las mujeres de la política, que a lo más que llegan es a manifestar su apoyo a las demandas que deberían no solo conocer o respaldar, sino atender y resolver.

No vi ayer, 8 de marzo, una pancarta ni escuché una consigna que exigiera o festejara la paridad de género en cargos de elección popular, o la sentencia de los magistrados electorales que ha creado un nuevo “principio”, el de la obligatoria “alternancia de género”.

Se que la paridad de género, conquistada hace varios años por un pequeño grupo de mujeres feministas, fue un avance sustantivo, pero cuyos resultados aún no se manifiestan en políticas públicas que se hagan cargo de lo que las mujeres requieren y demandan. No ha sido tan cierto aquello que una bella frase auguraba. Es cierto que cuando una mujer entra a la política su vida cambia. No ha sido cierto que cuando muchas mujeres entran a la política, ésta cambia. No ha sido cierto, no en México.

Espero que sean mujeres las que investiguen y muestren los resultados de la paridad de género en cámaras legislativas y ayuntamientos, en el gabinete presidencial o en los gobiernos estales. Más allá de los números de diputadas, senadoras, alcaldesas, gobernadoras, secretarias de Estado, hay que evaluar si esas presencias femeninas, acrecentadas en el ámbito de la política, han producido medidas legales, o políticas permanentes, de Estado, destinadas a igualar el piso entre mujeres y hombres.

Nunca hubo más mujeres legisladoras y nunca las violencias en contra de las mujeres habían sido tan extendidas y graves. Nunca habíamos visto tantas mujeres en un gabinete presidencial, y nunca habíamos visto tan poca presencia e influencia de las mujeres en las decisiones y actos presidenciales. Nunca habíamos visto tantas mujeres marchar en un mismo periodo temporal en defensa de sus derechos, o en defensa del INE y su voto, para decir “¡aquí estamos y así somos!”, y nunca tuvimos un gobierno tan alejado de las mujeres.

Sin duda que en México y buena parte del mundo se avanza en la igualdad entre mujeres y hombres, pero tampoco cabe duda que las brechas siguen presentes en múltiples ámbitos, públicos, privados y familiares. El día que no haya una sola mujer agredida, violentada, asesinada, será un gran día para todos. Para que cada día sea 8 de marzo, aún falta un buen trecho por recorrer.

Ayer 8 de marzo también ocurrió un bochornoso espectáculo ante las puertas de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Una activista de la 4T, con una metralleta de plástico en las manos, se plantó en los escalones para lanzar insultos, amenazar y amedrentar a la ministra presidenta de la Corte, Norma Piña. Es una agresión que no cabe minimizar o dejar pasar.

La causa de lo causado son las agresiones verbales que, de manera cotidiana, un día y al otro también, se lanza desde la conferencia mañanera en Palacio Nacional contra quienes discrepan de los dictados presidenciales, o simplemente no se alinean a sus deseos. Las injurias y calumnias proferidas por el presidente de México no son ejercicio de la libertad de expresión, son un abuso del poder, que ya tiene consecuencias alarmantes, como la que vimos ayer frente a la Corte.

Mi solidaridad con la ministra Norma Piña.

 


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Jorge Alcocer V.

Director fundador de Voz y Voto. 

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